Nací en 1966. Pertenezco a aquella generación de niños que se ponían de pie cuando entraba el profesor, que levantaban la mano para hablar, que usaban el usted y el “don” o “doña”, que cedían el paso y el asiento, y que respetaban a los mayores por mera atención a su edad.
Hicimos pocas preguntas complicadas, porque no esperábamos mejor respuesta que “porque sí” o “porque no”, según el caso.
No cuestionábamos las órdenes de nuestros padres ni profesores, sino que las obedecíamos “porque así eran las cosas”.
No contestábamos si nos regañaban y jamás, jamás se nos habría ocurrido mandar a la mierda a nuestra madre.
Nos enviaban a la cama si aparecían dos rombos en la pantalla, buscábamos a hurtadillas palabras prohibidas en el diccionario y sonreíamos tímidamente cuando al fin llegaba la esperada lección nº 5 de naturales: “El aparato reproductor humano” (al final era una pura decepción, porque las explicaciones del profesor eran demasiado superfluas y las ilustraciones anatómicas del libro demasiado “internas”).
Se ocuparon de educarnos bien, pero sin explicarnos los porqués.
Apenas tuvimos voz ni voto en nuestro hábitat infantil y algunas veces resultábamos casi invisibles para los adultos. Al fin y al cabo… sólo éramos niños…
Y con un poco de aquí y otro poco de allá fuimos madurando, y sin apenas darnos cuenta, nos llegó a nosotros el turno de ser los adultos.
Ahora tenemos que formar a nuestros hijos y no podemos usar aquellos patrones que usaron con nosotros; no son pedagógicamente correctos, por lo que hemos puesto en práctica una guía de educación totalmente experimental, en la que asumimos un papel amorfo de padres-colegas-amigos.
Los pedagogos y educadores tienen teorías para todo:
- Lo principal: Jamás y bajo ningún concepto darle una cachetada a un niño.
- Cómo comportarse cuando el niño no come.
- Qué hacer para que el niño duerma bien.
- Qué juegos didácticos elegir.
- Ayudarle para que aprenda a estudiar.
- Enseñarle a “trabajar en equipo”.
- Contestar con claridad meridiana y razonada todas y cada una de sus preguntas (Yo me esforcé en ello desde que mis hijas tenían 2 años, pero a esa edad había veces que la cosa se ponía redonda).
- Etc. Etc. Etc.
Lo estamos intentando. De veras que lo intentamos con todas nuestras fuerzas, pero… ¿los resultados son buenos?
Yo observo en general poca educación, menor respeto, olvido absoluto de las obligaciones y constante enarbolamiento de “los derechos” como única bandera de su existencia.
Anoche vi una película que me hizo pensar en todo esto. Las protagonistas eran unas adolescentes de 16 años que tenían relaciones sexuales con parejas esporádicas, conocidas y consentidas por sus padres como lo más natural del mundo.
Hablaban a sus progenitores de un modo repulsivo. Los menospreciaban, los presionaban, les exigían, los insultaban, los mandaban a la mierda, no les daban explicación de su comportamiento, los desobedecían y los trataban poco mejor que a “monigotes pintanada”… pero los padres allí… aguantando el chaparrón e intentando hacer bien su papel de colega-amigo; la parte “padre” ya había perdido el sentido para todos, excepto en el momento en que las niñas necesitaban algo… entonces sí decían papá y mamá, y una vez solucionado el problema… ningún agradecimiento, ningún cambio de actitud.
En el instituto, los profesores eran para ellas enemigos que sólo pretendían fastidiar con estúpidas enseñanzas, y a los que tenían amenazados y atemorizados entre todos los alumnos. Para colmo los padres defendían las sinrazones de sus hijos hasta sus últimas consecuencias.
La película era un reflejo algo exagerado de la sociedad actual, pero reflejo al fin y al cabo. Y lo más curioso… estaba enfocada desde el punto de vista de las chicas, por lo que sus vituperados padres eran tratados en la historia como personajes molestos.
En definitiva, creo que nuestra generación no ha tenido demasiada suerte. Nos tocó vivir una infancia en segundo plano, tras nuestros mayores, y una paternidad en la que continuamos cediendo el primer plano a nuestros hijos. De niños nuestra opinión contaba poco y de adultos seguimos subyugados por criterios impuestos.
Nos enseñaron a respetar sin más, pero ahora, cuando tendríamos nosotros que ser “los respetados”, no siempre lo conseguimos, a pesar de tanto esfuerzo pedagógico y tanta entrega y amor colosal a nuestros hijos.
¿Debería haber un término medio? Yo creo que sí. A nosotros nos faltaron cosas, pero a nuestros hijos tal vez le sobren en exceso.
Adelaida Ortega Ruiz.